Broquel 2 Juan José Saer

 
INICIACIÓN

     La orfandad me empujó a los puertos. El olor del mar y del cáñamo humedecido, las velas lentas y rígidas que se alejan y se aproximan, las conversaciones de viejos marineros, perfumes múltiple de especias y amontonamiento de mercaderías, prostitutas, alcohol y capitanes, sonido y movimiento: todo eso me acunó, fue mi casa, me dio una educación y me ayudó a crecer, ocupando el lugar, hasta donde llega mi memoria, de un padre y una madre. Mandadero de putas y marinos, changador, durmiendo de tanto en tanto en casa de unos parientes, pero la mayor parte del tiempo sobre las bolsas en los depósitos, fui dejando atrás, poco a poco, mi infancia, hasta que un día una de las putas pagó mis servicios con un acoplamiento gratuito – el primero, en mi caso – y un marino, de vuelta de un mandado, premió mi diligencia con un trago de alcohol, y de ese modo me hice, como se dice, hombre.


                                               Juan José Saer, El entenado, 1983 
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EL LENGUAJE Y LAS  LENGUAS

LENGUAJE Y PENSAMIENTO

   El estudio del lenguaje ha ocupado, en todas las culturas y desde los tiempos más remotos, un lugar preeminente en la educación de los individuos. De este modo se ha querido destacar el lenguaje como la característica más propiamente humana, la que de manera más clara y ostensible eleva al hombre por sobre todos los demás animales. Las concepciones más primitivas dividen ya en dos grandes clases el mundo de los seres que se mueven y actúan: los “mundos rebaños”, por un lado; los “hombres de voz articulada”, por el otro. Es interesante notar cómo la psicología ha confirmado este juicio instintivo; pues, a despecho de superficiales analogías, el abismo que en lo referente al lenguaje separa al hombre de los irracionales, ha ido ensanchándose a medida que se ha profundizado en el estudio de psicología animal.
   La razón de esta preferencia dada al habla entre todas las facultades humanas debe buscarse en la esencia misma de esta función. A una consideración superficial, el lenguaje aparece simplemente como un medio de comunicarnos con nuestros semejantes, un instrumento para hacer pasar a otros un conocimiento o un dato, o participarles una emoción que nos posee, un movimiento de nuestra sensibilidad. El lenguaje es esto, ciertamente, pero no es esto sólo. Antes aun que un intermediario entre yo y mis semejantes, es un mediador entre mi inteligencia y el mundo que me rodea, un instrumento de captación que me permite hacer presa sobre éste, adueñarme, en cierto modo, de las cosas que forman mi contorno y que de esa manera pasarán a integrarse en mi universo interior. Esta propiedad resalta en los casos en que el lenguaje se halla, por así decir, en estado naciente: en la creación poética y en el niño. La conducta del niño, cuando se halla en la “edad de las preguntas”, es reveladora: el niño se interesa por la cosa, quiere saber”qué es ésta”, y sin embargo, se da por satisfecho con su nombre, gracias al cual toma conciencia de la cosa.
   Entre lengua y pensamiento existe una íntima trabazón, establecida en el curso de innumerables acciones y reacciones recíprocas. La lengua no se nos ofrece sólo como un producto, como algo dado, sino como una operación en un continuo devenir; un trabajo del espíritu que no cesa, sino que se repite y se desarrolla sin pausa. Es frecuente decir de la lengua que es el primero de los instrumentos del pensamiento. Pero es igualmente cierto decir que es una condición esencial del pensamiento mismo, su alimento principal, el medio en que se mueve y se desarrolla. De este modo, lejos de ser un trasunto del mundo externo, el lenguaje es, ante todo, expresión de una fuerza creadora original. Las imágenes que él nos da del universo, no son simples reflejos de las cosas, sino, como dijo *Leibniz,  “espejos vivientes del Universo”. Al mismo tiempo y por el hecho de ser vivientes, el conjunto de estas imágenes nos da el más instructivo cuadro sobre el funcionamiento de la inteligencia humana.

*G. W. Leibniz Filósofo racionalista 1646-1716.
 Su lógica es uno de los eslabones más importantes en el proceso de mecanización del pensamiento.