Broquel 4 JULIO JOSÉ LEITE


EL LENGUAJE Y LAS LENGUAS


RELATIVIDAD DE LOS FENÓMENOS LINGÜÍSTICOS

    Las discrepancias empiezan con los sonidos usados. El número de sones efectuables con los órganos de la fonación es extremadamente elevado, y cada lengua limita su elección a unos pocos. Las lenguas eslavas por ejemplo, poseen una gran riqueza de consonantes; en la lengua de Hawai, en cambio no hay más consonantes que h,k,l,m,n,p,w, y se desconocen los nexos entre ellas, de modo que cada una debe ir siempre seguida de vocal. En algunas hablas del África central se utilizan sonidos que en otras partes no son sino gruñidos sin valor semántico alguno. En chino, el tono, ascendente, descendente, o ascendente-descendente, con que se pronuncia una palabra, tiene tanta importancia para determinar su sentido como las articulaciones de sus consonantes o los timbres de sus vocales. En las lenguas indoeuropeas, con la excepción del inglés, un concepto básico es el del género. Los nombres aparecen dotados de un sexo, aunque se refieran a objetos inanimados. Decimos la casa, la luna, dotándolas del mismo que, la madre, la yegua; y el tambor, el sol, el árbol, clasificándolos a la par que el soldado, el hombre, el caballo. Esta virtual personificación de los objetos inanimados arranca del estrato más antiguo de las lenguas indoeuropeas, y es una probable reliquia de una concepción animista de la naturaleza, en la que la distinción entre los seres animados y los desprovistos de vida era fluctuante e incierta. De todos modos, la presencia del género neutro indica que había una categoría reservada a los objetos inanimados y por tanto desprovistos de sexo. Ahora bien, en esta personificación de los objetos inánimes hay discrepancias que denotan una positiva diferencia de enfoque; guerra, que las lenguas romances hacen femenina, era neutro en latín, bellum, y es masculino en alemán, der Krieg; hacemos masculino el sol y femenino la luna, como queriendo expresar por el género la diferencia entre la actividad, la energía del primero y la pasividad, la melancolía de la segunda; pero nos encontramos que los papeles están invertidos en alemán, die Sonne y der Mond. Nosotros personificamos a la Muerte como un ser femenino; el alemán y el inglés clasifican como varón a este siniestro personaje, der Tod, Death. En otras familias lingüísticas el género parte de conceptos distintos; en algunas lenguas indígenas americanas se distingue sólo entre seres animados e inanimados, con la particularidad de que entre los primeros figuran los astros, los fenómenos atmosféricos, como la lluvia y el trueno, el trigo, el pan, el trineo, etc. En algunas lenguas africanas se distingue entre lo grande y fuerte y lo pequeño y débil. En las lenguas bantúes, los nombres están distribuidos en diecisiete clases, cada una de las cuales viene determinada por un afijo especial, llamado clasificador, sin hacer referencia alguna al sexo o a otra particularidad concreta. Los gramáticos y filósofos griegos se preocuparon de distinguir las distintas partes de lo oración, y el resultado fue la conocida clasificación en artículo, nombre, adjetivo, pronombre, verbo, adverbio, preposición, conjunción e interjección. Pero esta clasificación es punto menos inaplicable a lenguas de tipo distinto como el chino y apenas puede considerarse apropiada a un idioma tan cercano como el inglés. En la estructura sintáctica encontramos asimismo todas las discrepancias concebibles. Entre una lengua flexiva, como el latín y una aglutinante, como el vasco, caben todos los tipos imaginables de sintaxis.
    Sin embargo, hay fuertes razones para pensar que las teorías que establecen una relación de dependencia entre lengua y mentalidad, por no decir entre lengua y pueblo o raza, han trascendido los límites que la prudencia señala. Dejemos de lado la cuestión de si existen, de veras, formas de pensamiento que estén intrínsecamente condicionadas por factores raciales. Al decir que todo sistema lingüístico revela una determinada manera de ver las cosas, no hemos afirmado nada sobre los elementos que la han decidido. De hecho, cada lengua, al irse constituyendo, ha llevado a cabo una selección entre innumerables posibilidades que se le ofrecían, eligiendo una de cada caso. Y no es necesario suponer que la elección viniera forzada por una predisposición innata en la raza. Hay, en efecto dos hechos que nos hacen pensar en una independencia recíproca entre la raza y el habla; en primer lugar, la comprobación de que las lenguas, una vez constituidas parecen evolucionar según leyes propias, en virtud de principios en los que la mentalidad no participa, obedeciendo a reglas de evolución que, en parte parecen mecánicas o sujetas a acciones externas. De aquí que, en contraposición a la actitud antes señalada, hay quienes afirman que el lenguaje posee una vida propia, sin dependencia alguna de los factores psíquicos o fisiológicos ni siquiera de la vida social de la comunidad en que ha nacido. El segundo hecho es la constatación corriente de que un niño, trasplantado a un medio idiomático distinto del nativo, aprende la nueva lengua sin la menor dificultad y se habitúa a expresarse en ella con la misma soltura que los que la han adquirido de los labios de los padres. Y otro tanto puede decidirse de los adultos, al menos de los que han guardado la suficiente flexibilidad de espíritu para no dejarse encadenar por los hábitos expresivos de u lengua original.
    Pero dejemos de lado esta cuestión, puramente teórica y limitémonos a dejar sentada la existencia de estrechas relaciones entre el habla y pensamiento en el individuo, y entre idioma y realidad histórica en la comunidad parlante. Lo que aquí nos interesa es sacar las conclusiones prácticas que en orden a la formación cultural pueden sacarse de estas afirmaciones. El problema tiene dos aspectos, según nos refiramos al aprendizaje de la lengua materna o a la adquisición de la lengua extranjera.                                                                                                                                                                                                                     



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Vientos patagónicos, como ramos de claveles cargados de ternura…

Del libro”Edad del Sol”: 
                                     DECIRES

Como tierra,
con mi saliva hago barro,
luego crezco marrón,
macerado de silencios.
Soy una garra
mineral,
                           oscura,
que acogota
gargantas gallináceas.
Corbata maldita…
Después viene la luz,
vive
                    ya se incendia el gualato,
fosforece la melga…
En el cañadón
                                     me espera,
coloreado el rostro
mi amor
               desde hace un rato.

Del libro “Piedra palabra”;     HIJOS

   Pedazos de mi carne, silencio de los míos, miedos y valentías aguaitando, quiero contarles a gritos (antes de que se duerman como todos) que los amo y extraño…Quiero contarles, a llantos, que no puedo con la sangre de  hierro de mis lágrimas y espero en este desierto el frío de la noche, para aunque más no sea beber por condensación algo de sus cielos, y con manos ahuecadas les pido una disculpa de agua roja, de corazón en cascada. Entonces, en cuclillas, sin que se enteren, hijos. Los bebo como a vino. Es una excusa bada más para mirarlos a las uvas de los ojos.

JULIO JOSÉ LEITE

Nació en Ushuaia, Provincia de Tierra del Fuego en el año 1957.
Obtuvo el 1º premio Festival de La Cordialidad, Río Gallegos en el año 1985. Integró la segunda antología fueguina “Primeros fuegos” editado 1988.
Obras publicadas: 1986 “Cruda Poesía Fueguina” Tierra del Fuego, 1990 “Edad Sol” Tierra del Fuego, 1994 “Bichitos de luz” Tierra del Fuego, 1996”De límites y Militancias” Punta  Arenas/Chile, 1997 Aceite Humano” Bs. As., 2003 “Piedra palabra” Buenos Aires.

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Atahualpa Yupanqui  (1908 – 1992)
=Toqué alguna vidala por los desiertos del mundo, como Israel o el Neguev. Y me estremecía ante el silencio, ese silencio total que nunca pude agregar a mí música.
                                             ºººººººººººººººººººº
=Yo voy donde no haya entes que me digan nada y tenga que rendir examen de pureza entre impuros.
ºººººººººººººººººººº
=Un deseo profundo vive en mí; ser un día el rostro de una sombra sin imagen alguna, y sin historia. Ser solamente el eco de un canto apenas acorde que señala a sus hermanos. La libertad del espíritu.

                                   
Héctor Roberto Chavero nació en Pergamino, Argentina el 31 de enero de 1908, cantautor, guitarrista y escritor. Filósofo de su tierra, considerado en ámbitos internacionales como el más importante músico del folclore argentino. Sus composiciones han sido cantadas por reconocidos intérpretes. Cuenta con 350 canciones de su autoría.
Su padre fue originario de la provincia de Santiago del Estero y su madre vasca española.
Su nombre ATAHUALPA YUPANQUI es un seudónimo, la etimología de este nombre la dio él, significa: “Viene de lejanas tierras para contar algo”
 ATA: viene.   HU: de lejos.   ALPA: tierra.  YUPANQUI: narrarás, has de contar.
Falleció en Francia el 23 de mayo de 1992. Hoy sus cenizas descansan en los jardines de su casa museo en la localidad de “Cerro Colorado”, a la sombra de un roble junto a las de Santiago Ayala “El Chucaro” un gran bailarín de danzas folclóricas.

Libros: Piedra sola 1939; Aires 1943; Cerro Bayo 1953; Guitarra 1960; El canto del viento 1965; El payador perseguido 1972; Del algarrobo el cerezo 1977; Confesiones de un payador 1984; La palabra sagrada 1989; La capataza 1992.
 La canción triste – Copias del payador perseguido.


=Yo, siempre fui un adiós, un brazo el alto, un yaraví quebrándose en las piedras; cuando quise quedarme, vino el viento, vino la noche y me llevó con ella.                                  
ººººººººººººººººººº
=Fuente: “PERLAS CULTIVAS” revista Ñ