Broquel 5 Mario Benedetti

 

“Cásate casamentero
     cásate si hay ser con suerte
               no andis después a Dios pidiendo la muerte”


ELLA Y SU SENTIR

En Jujuy, metafóricamente llamada “Tacita de plata” nació Leonor Villafañe de Altea. Mujer aguerrida, de gran riqueza espiritual. Ha trabajado como docente en barrios de ingenios azucareros de su provincia, empapándose de las necesidades y el sentir de su gente. Ama a su tierra y a sus montañas. Es pintora autodidacta y escritora. Realizó estudios intensificados sobre historia, novelándola para hacerla más amena y comprensible. Ha vivido largas temporadas en ese patrimonio de la humanidad “La Quebrada de Humahuaca” mechando sus noventa y cinco años con otras en la ciudad. Ha escrito sobre sentimientos y experiencias propias, entremezcladas con sus cerros. Su estilo natural y puro, es ameno y llega al corazón del lector atrapándolo con sus reflexiones. Plasma con sencillez los conceptos sobre diferentes temas: mujer, hombre, sexo, planificación familiar, política  costumbres. Nada escapa a su mirada interior al pasado y al presente, animándose con el futuro. El paso de los años ha deteriorado su salud, encara sus limitaciones físicas sin quejas. Dicta sus escritos con la visión del alma que  brota por su boca en palabras;  pinta con sus dedos y la inspiración le ofrece las tonalidades que sus ojos le niegan. Ha recibido las siguientes distinciones:
- Primer premio de Historia y Literatura de la Secretaría de Cultura de la Provincia: “Biografía del Coronel Manuel Álvarez Prado”. -1989 Tucumán - Primer premio de la Trienal del NOA “Hugo Soguer”. “Los cuernos del diablo”. - 1989 Jujuy - Primer premio de Arte y Letras. “Los cuernos del diablo”. – Edición realizada por la universidad de Jujuy: “Las percepciones de la Romelia” - 2006 “Marigalante”. - 2007 “Sentires, conversando conmigo”.
De la mano de Leonor pasearemos por el cerro de los siete colores, la Puna, las Yungas y los valles Jujeños. Sobre todo disfrutaremos de las sabias cavilaciones y enseñanzas de una mujer inestimable y valiosa que con la sencillez de los grandes no puede negar sus raíces y el crecimiento permanente que enriquece su vida.


SENTIRES

   La mujer a través de los siglos se ha visto siempre como madre.
   Ese espíritu es en realidad el aroma de la vida. No es algo que flota sobre la vida, sino que surge de la vida. Esta es una de las cosas más gloriosas en las religiones de la diosa madre, en las que el mundo es el cuerpo mismo de la diosa, divino en sí, y la divinidad no es algo que dé órdenes desde arriba a una naturaleza caída. Ha habido sistemas religiosos en los que el principal progenitor, la fuente, es la madre. En realidad la madre es un progenitor más inmediato que el padre, porque uno nace de la madre y la madre es la primera experiencia del niño. Más de una vez he pensado que la mitología es una sublimación de la imagen materna. Hablamos de la Madre Tierra. Y en Egipto está la Madre cielo, La Diosa Nut, que es representada como la esfera celestial.
   La figura de la Gran Diosa, La Madre Tierra, estaba asociada con la agricultura. La mujer hermanada a la luz igual que la Tierra, da nacimiento a las plantas. Da alimentos, como lo hace la tierra, también. La magia de la mujer y de la tierra es lo mismo. Mujer y Tierra están emparentadas. Y la mujer personificación de la energía que da nacimiento a sus formas y los alimenta, es propiamente femenina.
   Los Incas sacaban, también, una figura de mujer, que era la dacha de la Luna, la llamaban “Pachamama”. La razón porque la tenían a cargo de mujeres era porque decían que era mujer, como en su figura parece. No sólo era femenino el mito y su icono mental, sino que, en algunas ceremonias mímicas y coreica, la Luna y los dioses femeninos eran representados por la mujer del sacerdocio. Pág.360, Ricardo Rojas, Himnos Quichuas.
   Entre los Aztecas que tenían varios cielos a donde iban las almas de la gente, según las condiciones de su muerte, el cielo para los que habían muerto en combate de guerra era lo mismo que para las madres que morían en el parto.
   El parto es sin lugar a dudas, algo heroico, por cuanto constituye un dar una parte de sí. Es una imagen maravillosa, la madre como héroe. Es preciso salir de la seguridad convencional de tu vida para embarcarte en ella, el transformarse de doncella a madre. Es un gran cambio que implica varios peligros, y cuando vuelves de su travesía con el niño, le has aportado mucho al mundo, tienes ante ti el trabajo de la Diosa.
   La maternidad  es un sacrificio, un acto de heroísmo, este dar sustancia y todo lo que tienes a tu descendiente. Por eso la madre se convierte en símbolo de la madre tierra; de ella no hemos alimentado, en su cuerpo hemos encontrado comida. Los mitos de la Gran Diosa enseñan la compasión a otros seres vivos; gracias a ellos llegamos a apreciar la santidad de la tierra misma, que es cuerpo de la Diosa.

                                                          Leonor Villafañe de Altea

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EL LENGUAJE Y LAS LENGUAS

LA LENGUA MATERNA EN LA FORMACIÓN DEL INDIVIDUO

   El estudio del lenguaje pertenece por derecho propio al grupo de las disciplinas llamadas formativas. Formar, en pedagogía, significa modificar en un determinado sentido los hábitos mentales y de conducta de una persona. En esta acepción, lo formativo se opone a lo informativo, del mismo modo que la cultura se distingue de la simple instrucción. Hay que aclarar que este valor de formación no se consigue de cualquier modo, sino que supone siempre un esfuerzo consciente por parte del educador, y una actitud correspondiente en el educando. En realidad, formativas lo son todas las disciplinas, si se estudian de modo acertado. Así saberse de memoria la lista de los reyes godos es una pura información, que en nada afecta a la conducta intelectual o moral de individuo; en cambio, una visión profunda y personal de las grandes unidades históricas, como el mundo greco-romano, el feudalismo, la revolución industrial, es capaz de provocar en él una manera distinta de considerar las cosas, lo que llamaríamos un sentido histórico, que modifica sus relaciones mentales e incluso afectivas, no ya ante un relato concreto de la historia, sino ante las incidencias de la vida contemporánea y aún de su vida personal. En una palabra, una persona formada en historia lee el periódico de un modo distinto que aquella para cual la historia es inexistente o consiste sólo en una sucesión de nombres y fechas.
   Ahora bien, ningún estudio ofrece, en ese sentido, tanta posibilidades como el que versa sobre el uso de la lengua materna. Para que estas posibilidades se realicen en su máximo grado, es preciso, empero, que la lengua no se estudie sólo como algo dado, existente fuera de nosotros mismos: esto es lo que hace la gramática. El idioma no se aprende estudiando gramática, sino ejercitándose en su uso y observando los recursos expresivos desarrollados por el pueblo y los escritores que han alcanzado categoría de autoridades de la lengua. El valor incomparable del lenguaje viene de que su dominio es una condición previa para cualquier otra actividad del espíritu. Lo que antes hemos dicho de la lengua en sí y en sus relaciones con la comunidad en que ha surgido, podemos ahora aplicarlo a la lengua considerada como medio de expresión individual. No es sólo un instrumento que nos viene de fuera, sino algo que creamos en nosotros mismos, a fuerza de aplicación inteligente; en este sentido, la lengua que hemos adquirido es obra nuestra, en la que refleja nuestra personalidad y nuestro carácter.

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Mario Orlando Ardí Hamlet Brenno Benedetti Farrugia
Nos dice: “Hay poetas con un lenguaje más sencillo y hay quienes escriben difícil para que se piense que tienen algo debajo. Siempre he tenido obsesión por la sencillez y la claridad en la poesía. Y no es nada fácil. La encontré recién en mi séptimo u octavo libro. Un día abrí un libro de Baldomero Fernández Moreno, en momentos en que la poesía argentina era muy hermética, muy esotérica. Y me encontré frente a una revelación: también se podía ser  poético siendo claro y sencillo. Antonio Machado y José Marti me lo confirmaron. Entonces empecé a escribir “Poemas de la oficina”, cuando todos los poetas de mi país escribían sobre corzas y gacelas y madréporas. Algo pasó con mi libro, que se agotó a los quince días”.

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CUENTOS
Los bomberos         
   Olegario no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía: “Mañana va a llover”. Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y anunciaba: “El martes saldrá el 57 a la cabeza. Entre sus amigos gozaba de una admiración sin límites.
   Algunos de ellos recuerdan el más famoso de sus aciertos. Caminaban con él frente a la Universidad, cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo “Es posible que mi casa se esté quemando”.
   Llamaron un taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca de los bomberos. Estos tomaron por Rivera, y Olegario dijo: “Es casi seguro que mi casa se esté quemando”. Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo admiraban.
   Los bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó a su colmo. Cuando doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tiesos de expectativa. Por fin, frente mismo a la llameante casa de Olegario, el carro de bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta baja, alguna astilla volaba por los aires.
   Con toda parsimonia, Olegario bajó del taxi. Se acomodó el nudo de la corbata, y luego, con un aire de humilde vencedor, se aprestó a recibir las felicitaciones y los abrazos de sus buenos amigos. 

Su amor no era sencillo

   Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sensible. Él padecía de claustrofobia y ella de agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.

                                                                                                       Mario Benedetti

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ASI EN LA LITERATURA COMO EN LA MUERTE

  Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y Marta Lynch, tres mujeres, tres estilos y una misma inquietud: la literatura. El destino de estas escritoras estuvo signado por el amor  hacia las letras y lo vivieron con toda la intensidad que sólo pueden hacerlo los seres apasionados o, porque dentro de ellas intuyeron que habría un desenlace adelantado a sus tiempos. Ninguna de las tres aceptó esperar el paso natural de la vida. Estaban decididas a sellar, como en sus obras, el punto final. Al misterio de la muerte, se les sumo otro enigma. El porqué de esa decisión. De esa valentía a solas. El enfrentamiento al más enigmático de todos los misterios, el misterio de la muerte. Y ocurrió tal como lo planificaron. Y nada ni nadie pudieron torcer sus voluntades porque reservaron para sí, esa rebeldía de desafiar a la vida entregando la propia antes de que se cumplieran los plazos. En sus obras se percibe que la idea de la muerte no las atemorizaba. Antes bien, la incorporaban a la poesía con naturalidad. La nombran. Le hablan. Les es familiar. El invitado especial será otro. Impensado para los demás, elegido por ellas: el suicidio.

Alfonsina Storni eligió el mar. El mar que estuvo siempre presente en su vida, en su poesía y, por sobre todo ello, en su alma siempre enamorada. “...Mar, yo soñaba ser como tu eres/ Allá en las tardes que la vida mía/ bajo las horas cálidas se abría .../ Ah, yo soñaba ser como tu eres...”
Alfonsina Storni nació en Suiza el 29 de mayo de 1892. Fue maestra rural y desempeñó actividades varias. Tuvo un hijo, Alejandro. Colaboró en la publicación de revistas como Caras y Caretas, en los diarios Crítica y La Nación y participó  activamente en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores. Vinculada a lo mejor de la vanguardia novecentista americana, disfrutó del aprecio y del reconocimiento de los intelectuales de la  época. José Ingenieros, su gran amigo y a veces su médico. Horacio Quiroga, “el escritor de la selva”y el pintor Benito Quinquela Martín, entre otros. Junto con Juana de Ibarbourou de Uruguay y Gabriela Mistral de Chile, Alfonsina  vivió el reconocimiento de una sociedad que la respetaba. Recibió el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura por su libro Languidez (1920).
Supo que tenía una enfermedad terminal. El 23 de octubre de 1938 viajó a Mar del Plata. A la madrugada abandonó la habitación y se dirigió a la mar decidida al encuentro. Y allí estaba “su mar” esperándola.

Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires en el año 1936, dos años antes del fallecimiento de Alfonsina Storni. Es “la escritora de los recuerdos tristes” que arrastrará desde su niñez. “Recuerdo mi niñez/ cuando yo era una anciana/ Las flores morían en mis manos/ Recuerdo las negras mañanas de sol/ cuando era niña...”
Si “quien escribe se describe”, habría que dar por cierto que a través de este recuerdo de niñez, Alejandra dejó marcado el destino de su vida. El sol de las mañanas negras y las flores que mueren en manos de una niña aparecen, más que como un símbolo de tristeza, como un estigma marcado en su espíritu para que permanezca allí,  inalterable y cautivo. Sin embargo, ese sentimiento no le impedirá volcarse a lo que ama. En 1954 ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Tiempo después abandona la carrera e incursiona en la pintura teniendo como profesor a Juan Batle Planas. Conoce a Octavio Paz y a Julio Cortazar en París, amistades que cultiva hasta su muerte. Es en esa Ciudad donde se siente un ser pleno para escribir y desarrollar múltiples actividades como redactora de revistas. En el año 1965 regresa a Buenos Aires y lanza un nuevo libro de poemas: Los trabajos y las noches que obtiene el Primer Premio Municipal y el Premio del Fondo Nacional de las Artes. Comenzó a tener obsesiones y síntomas de trastornos psíquicos que volcó en sus obras, pero sin perder el hondo y desgarrador sentido de la vida. El 25 de septiembre de 1972, el mes de la primavera y del renacer, con una sobredosis de somníferos Alejandra Pizarnik puso fin a su vida.

Marta Lynch. Marta Lía Frigerio de Lynch nació en Buenos Aires el 8 de marzo de 1925. Enamorada de la juventud y la belleza, le costaba aceptar las huellas del tiempo. Se licenció en Filosofía y Letras y, junto con Beatriz Guido y Silvina Bullrich, fueron las escritoras mas leídas de los 60. Su obra literaria mereció el comentario de sus pares. Maria Esther de Miguel ponderó su narrativa y el hecho de haber incorporado a la literatura argentina personajes que configuran arquetipos de nuestro medio, como La señora Ordóñez, adaptada luego para la televisión. Incursionó en la política y fue Secretaria de Arturo Frondizi. Trató con varios intelectuales como Félix Luna e Ismael Viñas. Cuentos de colores recibió el Premio Municipal de Literatura. Otras de sus obras fueron: Al vencedor (1965), La alfombra roja (1966), No te duermas, no me dejes (1984). Alcanzó notoriedad con la novela La alfombra roja. La dedicatoria es para su esposo: “A Juan Manuel Lynch/ con cuya ayuda espiritual,/ moral y aún física/ he podido vivir”. Al cierre de la obra escribió FIN. Y como si se tratara de una premonición, el 8 de octubre de 1985, bajo los efectos de una gran depresión, se encerró en su habitación y tomó un revolver.  Antes de la detonación mortal escribió las ultimas palabras destinadas, al igual que en aquella novela, a su esposo: “Te amo, te amo, te amo y no puedo soportar esta prisión, no puedo soportar esta vida”. Para ella reservó la última palabra,  breve y  definitoria: FIN.

Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y Marta Lynch compartieron la sensibilidad que sólo tienen los dotados para descubrir todo lo que sucede y “les” sucede. Y lo vivieron con todo el fuego interior de lo que eran y no podían dejar de ser: tres mujeres sensitivas y frágiles a la vez. Quizás el espíritu que las animaba les pedía una libertad diferente. Y fueron por ella, con la esperanza de hallar otra luz más allá de las sombras.

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RICARDO GÜIRALDES
                                     ESCRITOR Y UNA FACETA POCO CONOCIDA

Ricardo Güiraldes    El famoso autor de Don Segundo Sombra y de otros libros relevantes de nuestra literatura nació en la calle Corrientes angosta en 1886. La novela consagratoria, publicada en 1926, tuvo el apoyo de Lugones en su crítica del diario La Nación. Su filosofía y vivencia gauchesca la adquirió en su estancia familiar “La Porteña” del pago de San Antonio de Areco. Gustaba de tocar la guitarra entonando canciones criollas, pero su faceta menos conocida fue la de un gran bailarían de tango.
En la historia del tango entre 1905 a 1913 figura como uno de los argentinos que llevo la música ciudadana a La Ciudad Luz. Esto posibilitó que alrededor de la finalización de la Primera Guerra Mundial el tango fuese aceptado en todas las clases sociales de Buenos Aires, dado que por su origen prostibulario era considerada hasta ese entonces una danza indecente.
Paris    Un grupo de jóvenes argentinos fueron invitados a una reunión donde estaban presentes músicos franceses, gente de la nobleza y miembros de la familia Rotschild. En la charla surgió la pregunta sobre la música popular argentina y ellos mencionaron “El Tango música del arrabal”. Esa noche el catalán José Sentis pianista, tocó varios tangos por primera vez, mientras los jóvenes lo bailaron con figuras de corte y quebrada, representando la nueva danza, que luego causaría furor.
Victoria Ocampo    La mítica fundadora de SUR ha escrito sobre sus dos grandes amigos y habituales de sus tertulias. “El tango (cosa del arrabal) no se bailaba en los salones de los porteños distinguidos. Ricardo Güiraldes lo lanzó en París con mucho éxito, lo acompañó en la empresa otro as de la especialidad Vicente Madero”, y agregó: “Me gustaba mucho bailar con buenos bailarines como Ricardo y Vicente. Poco importaba entonces que las palabras de aquellos tangos fueran dramáticamente sentimentales. Estaban redimidos por bailarines tan perfectos como Ricardo y Vicente…”
En la casa de las Ocampo no se desdeñaba el tango, todos los lunes invitaban a tocar a “El pibe de La Paternal”, Osvaldo Fresedo y sus músicos, después de comer bailaban. “Ricardo tenía el genio del tango. He visto bailar tango a muchos de sus compatriotas y alguno sobresalían, pero nadie tenía la autoridad, la gracia, el estilo de Güiraldes…” ha dicho un escritor francés.
Carta a un amigo    “Mirá che, ha sido en París donde comprendí una noche que me vi solito mi alma, que uno debe ser un árbol de la tierra en que nació: espinillo arisco o tala pobre. Acababa de dar una vuelta completa al mundo y esa noche de nieve me corrió por la despiadada, y lo que era más que la escarcha nuestra, porque era nieve extranjera. Me sentí huérfano, guacho y ajeno a mi voz, a mi sombra y a mi raza. Lié mis petates y ¡hasta la vuelta! le dije, che. Cuando bajé del barco tomé un pingo y me entré, como cuando era cachorro, hasta el corazón de la pampa”.
Ricardo Güiraldes    Volcó sus experiencias personales en su novela Raucho, (1917) el protagonista baila tango. Escribe Güiraldes. “Bailaron sin restricciones; lo circundante: ruido, movimiento, música era inexistente ilusión sólo creada para fustigarles los nervios de tensiones acrecentadas. El tango hizo el resto…”