Broquel 3 Juan José Saer


 
 
AMOR                                         RAÚL BRASCA


I     
A ella le gusta el amor. A mi me gusta ella, incluido claro está, su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras, muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que preservan juntos por obra de un sentimiento equívoco y otro equivocado. Somos felices.


II
Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el sexo.
Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio ardor.
Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.


Público los libros de cuentos”Las aguas madres” (1994) y “Últimos Juegos” (2005). Ensayista y antólogo preparó diversas compilaciones de ficción breve y fue uno de los organizadores de Primer Encuentro Nacional de Microficción, estos textos son de su nuevo libro”Todo tiempo futuro fue peor”,(Mondadori, 2007).
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EL LENGUAJE Y LAS  LENGUAS

LENGUA Y RAZA
      No es, pues de extrañar que del estudio de las lenguas se haya querido pasar al de las mentalidades que en cada una de ellas se reflejan, y que, a la inversa, se haya pretendido explicar las diferencias entre los idiomas partiendo de la diferente contextura mental de los pueblos que los han creado. Muchos son, en efecto, los lingüistas que han puesto en relación lenguaje y raza, afirmando que ésta condiciona aquél. Puesto que la particular constitución de un idioma supone la existencia de una determinada forma de pensamiento, y puesto que las razas revelan en su historia la posesión de tipos característicos de mentalidad, es lógico suponer que un análisis de las lenguas debería conducirnos a una psicología de las diferentes razas; puede pensarse, a su vez, que un conocimiento exacto de la mentalidad de un pueblo nos ha de facilitar una mejor comprensión de su mecanismo lingüístico. Tal postura fue adoptada por una parte importante de la ciencia alemana, que llevó a sus últimas consecuencias el principio sentado por Humboldt:”En la formación y el uso de la lengua entra necesariamente todo el carácter particular de la percepción de los objetos, pues la palabra nace precisamente de esta percepción; no es una huella dejada por el objeto en sí, sino por la imagen que éste engendra en nuestra mente”
    Basta un contacto superficial con una lengua extranjera para advertir cuan imperfectamente se corresponde sus símbolos con los de nuestro idioma materno. Si la lengua no consistiese más que en un catálogo de signos sonoros o gráficos referentes a las cosas y términos del mundo exterior, las diversas lenguas del mundo tendrían que coincidir en la mayoría de sus voces. A una palabra de la lengua A correspondería exactamente otra lengua B y en todas las demás. La diferencia sería sólo de sonidos y gráficas. Mas la realidad es muy distinta: las lenguas discrepan menos en los sonidos y signos, que en la manera de concebir la cosa significada. Cada una considera el mundo desde un ángulo distinto, y lo que, en último término, constituye su individualidad, es la perspectiva que abre sobre el universo de las cosas y de las ideas.



Tabla de la ley asiria, en escritura cuneiforme, del siglo XIV a. de J.C.Berlín, Museo de Asia Menor
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Juan José Saer
El entenado, 1983
INICIACIÓN

     La orfandad me empujó a los puertos. El olor del mar y del cáñamo humedecido, las velas lentas y rígidas que se alejan y se aproximan, las conversaciones de viejos marineros, perfumes múltiple de especias y amontonamiento de mercaderías, prostitutas, alcohol y capitanes, sonido y movimiento: todo eso me acunó, fue mi casa, me dio una educación y me ayudó a crecer, ocupando el lugar, hasta donde llega mi memoria, de un padre y una madre. Mandadero de putas y marinos, changador, durmiendo de tanto en tanto en casa de unos parientes, pero la mayor parte del tiempo sobre las bolsas en los depósitos, fui dejando atrás, poco a poco, mi infancia, hasta que un día una de las putas pagó mis servicios con un acoplamiento gratuito – el primero, en mi caso – y un marino, de vuelta de un mandado, premió mi diligencia con un trago de alcohol, y de ese modo me hice, como se dice, hombre.

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   Un adiós a Saer, un grande en la narrativa argentina. 
   Su vida  transcurrió entre París y la provincia de Santa Fé, treinta y siete años en Francia no hizo que olvidara sus raíces en Serodino donde nació el 28 de junio de 1937 y  Colastiné un pueblito a orillas del río donde creció. Estudió literatura en la Universidad del Litoral, y daba clases de estética en el Instituto del Cine. Una beca en 1968 de la Alianza Francesa  lo llevó desde la Universidad del Litoral a París. Allí obtuvo una cátedra de Estética en la Universidad de Rennes, permaneció en ese puesto durante treinta y cuatro años. Dejó inconclusa su última novela, que había planeado como la más larga de su carrera.
   La escritura de Juan José Saer constituye una de las manifestaciones más sutiles y una de las experiencias narrativas más significativas de la literatura argentina y, porqué no, del siglo veinte. Es autor de los siguientes libros de cuentos: Palo y hueso (1965), Unidad de lugar (1967), La mayor (1976), Lugar (2000); las novelas: Responso (1964), La vuelta completa (1966), Cicatrices (1969), El limonero real (1974), Nadie nada nunca (1980), El entenado(1983), Glosa (1985), Lo imborrable (1993), La pesquisa (1994), Las nubes (1997), La grande (2005); los ensayos: El río sin orillas (1991), El concepto de ficción (1997), La narración – objeto (1999): el poemario: El arte de narrar (1977).
   Juan José Saer,  Falleció en París el 10 05 2008.

Y alcemos el corazón, amigos, en la copa de las rosas, que es decir / la del brindis del día / con la mano que, en levitación, ha de seguir / el ala del latido, / y que será, también aquí, / la del día / del día…
Juan L. Ortiz, “A Juan José Saer”