LA SOCIEDAD ARGENTINA DE ESCRITORES SECCIONAL CÓRDOBA, entregó el primer premio de Narrativa en el Certámen Nacional “Letras de la SADE 2010” a  Erica Norma Schuhmayer, por su obra:                                       
   El inalámbrico

Bajo la escalera, cuando justo en la mitad de la misma suena el teléfono. Cuento, uno, dos timbrazos, acelero, es más rápido descender que ascender. Suena otro rin, ahora es el de la puerta de calle, atisbo por la ventana y grito: “Un momento por favor”, una señora con un bebé en brazos está parada en la vereda frente a la verja. La cuarta vez que suena, ya es fatal, o cortan o en el mejor de los casos salta el contestador. ¿Por qué se habrá roto el inalámbrico? Atiendo entre jadeos el llamado, es un cliente, el señor Gandolfo, también a él le digo: “Aguarde un minuto, ya le paso el monto de la factura”. Corro hacia la puerta de la sala que da a la entrada de la casa, entreabro la puerta y le pregunto a esa pobre mujer delgadita, con su bebito y una niñita de la mano que antes no había visto. “¿Qué desea?” “Me da algo de ropa o comida mi marido perdió el trabajo”. “Si me espera un ratito ya estoy con usted.” Cómo negarle a esa descripción absurda de carucha triste algo de comer, además  esos niñitos, por Dios, no sería muy cristiano de mi parte. Como la ligereza de una pelusa vuelo hacia el teléfono: “Señor Gandolfo, perdone, ya estoy con usted.” El señor no esta de buen humor y me larga una larga perorata, que no piensa pagarme pues la mercadería entregada es la de su pedido… Desde este puesto de observación se filtra por la ventana  sólo la mitad de la mujercita, tiesa como una estatua en firme espera,  ojito lánguido y un varoncito hacia su izquierda que salta tomado de la reja, ¿otro hijo más? “Señor Gandolfo, no es el tema,  no, no es verdad siempre fue atendido muy bien y a sus pedidos les damos prioridad, fíjese en su e-mail y nos evitaremos está discusión, verifiquemos conjuntamente…, (si tuviese el inalámbrico, correría  a encender la compu”.)  En la sala se balancea el sol, parece más iluminada, hay ruidos suspendidos en la planta alta, la señora sigue plantada en la vereda aguardándome. “Señor Gandolfo, déme unos quince minutos y yo vuelvo a llamar. No, no quiero sacármelo de encima, no nada de eso, sólo quisiera me de tiempo de verificar lo que usted me esta diciendo y desde éste teléfono no puedo hacerlo, por favor escuche, (esta realmente sacado, seguro tuvo problemas en su casa y me los endilga a mí, qué paciencia).” Vuelvo a espiar, una correntada irregular me acelera un escalofrío, del otro lado del vidrio,  la mitad de su cara de efigie muestra una mueca brillante de dientes que asoman desde sus labios imperfectos, el único ojo también refulge, parece contenta, mientras su cuerpo o la mitad visible que veo,  esta allí inamovible. Escucho o me parece escuchar voces inciertas, en la escalera o en la calle. No deseo ser desatenta con Gandolfo pero mis límites se están poniendo a prueba, lo dejo hablar por el tubo hacia la nada, abro la heladera para preparar la vianda y busco algunas frutas, al tomar las peras  unas manos fuertes me toman los brazos hacia atrás y otras cubren mi boca con el repasador. Mi repasador. Con ojos de gacela veo el teléfono descolgado e imagino a Gandolfo de la misma forma. Me empujan hacia el living, me sientan de golpe y me atan a la silla. ¿Por qué no tendré el inalámbrico? En esta dimensión vivo la bien llamada sensación de inseguridad, sin ser trágica sé que me están robando. Unos cuantos chiquilines realizan una caravana extraña en un Sahara inexistente, mudan mis objetos dentro de un auto estacionado en la calle. En alerta, quietecita y loca de alegría contenida, está esa mujer indefinida delgada y maternal

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