OLGA NILDA GUGLIOTA OROZCO

Anotaciones para una autobiografía (fragmento), de Relámpagos de lo invisible
Mis poderes son escasos.  No he logrado trizar un cristal con la mirada, pero tampoco he conseguido la santidad, ni siquiera a ras del suelo. Mi solidaridad se manifiesta sobre todo por el contagio: padezco de paredes agrietadas, de árbol abatido, de perro muerto, de procesión de antorchas y hasta de flor que crece en el patíbulo. Pero mi peste pertinaz es la palabra. Me punza, me retuerce, me inflama, me desangra, me aniquila. Es inútil que intente fijarla como a un insecto aleteante en el papel. ¡Ay, el papel! “blanca mujer que lee el pensamiento” sin acertar jamás. ¡Ah la vocación obstinada, tenaz, obsesiva como el espejo, que siempre dice “fin”! Cinco libros impresos y dos por revelar, junta con una pieza de teatro que no llega a ser tal, testimonian mi derrota”.

Hay poetas cuya obra representa un auténtico templo, embellecen el lenguaje, sensibles metáforas se condensan, en la percepción  de lo humano. Olga Nilda Gugliotta Orozco va construyendo una imagen alrededor de su persona. Experta en seudónimos; en la revista “Claudia” donde trabajaba como redactora, llegó a tener ocho. Tomó el nombre literario del apellido de su madre Orozco. Una combinación sonora de perfecta redondez. Es una de las grandes figuras líricas de este país. Su trayectoria poética no fue demasiado nutrida, pero sí especial, siempre entre lo cotidiano y lo fortuito, que se transforma  y desaparece en  constantes delirios.
Influenciada por los poetas San Juan de la Cruz, Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milasz y Rilke, crea una poesía transformista con personajes  que juegan con la violencia de toda niñez, la vergüenza, lo deseado, el desencanto y lo vedado. Su pueblo de agricultores, “Toay” la rodea de una fantasía extraña. Elementos autobiográficos, mágicos  e imaginativos se mezclan en esos paisajes melancólicos y ahondan en su preocupación por la muerte. Su obra utiliza el verso libre y revela un afán por alejarse de la versificación tradicional trascendiendo influencias.
Fue gran amiga de Alejandra Pizarnik, tras su muerte le dedicó su poema “Tiempo”. Junto con Oliverio Girondo y Norah Lange, pertenecía a un gran movimiento “Tercera Vanguardia” Su objetivo era crear y asimilar diversas estéticas  para convertirlas en algo realmente original.
Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Colaboró en la revista Canto que dirigía su esposo, el poeta Miguel Ángel Gómez. También fue actriz radial, en el personaje Mónica Videla, entre 1947 —1954. Hacía comentarios sobre teatro clásico español y argentino, asimismo trabajó en Radio Splendid en compañía de Nidia Reynal y Héctor Coire. Además de periodista, dirigió algunas publicaciones literarias, organizó el horóscopo en el diario “Clarín”. Este hecho y el uso del tú en lugar del vos, sumado a que durante largo tiempo había tirado cartas de tarot,  davale un aire de pitonisa, cuando decía con su voz profunda, oscura, oracular,: “…Cuídate del amor que es quien se queda  / para hoy, para mañana, para después de mañana. /  Cuídate porque brilla con un brillo de lágrimas y espadas…” Con respecto a su voz podía cantar y decir tangos inolvidables “Una rosa para Stephan Georg” de Molinari o “El tango del viudo” de Neruda. Escribe Silvia Mollay: Pienso en tango y pienso en ciertas voces de mujer. Como la de Olga Orozco, quién como Malena sabía cantar tangos como ninguna y cuya versión SUR (paredón y después) cantada en su bajo ronco de fumadora, escuchada, daba escalofríos.
Su gran amor fue el arquitecto Valerio Peluffo, con quien se casó en 1965. A su muerte acaecida en 1990, le dedico el poema:
En la brisa, un momento
Ah, si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel
esa larga fisura por donde te fuiste,
ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir,
acaso nos veríamos más desnudos que nunca, como después de nunca
como después del paraíso que perdimos,
y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres,
esos que solamente Dios conoce,
y descubrir los pliegues ignorados de nuestra propia historia
cubriendo las respuestas que callamos,
incrustadas tal vez como piedras preciosas en el fondo del alma.

Desde 1994 funciona en Toay la casa Museo Olga Orozco. (…) mi casa, la única sobreviviente familiar, que me queda. Cuando me fui de Toay, la encontré en cada casa donde viví. (…) Dije “cuando me fui de Toay” ¿Me fui alguna vez? Toay es una puerta que se quedó abierta para siempre en mi memoria y por la que podía entrar a mi antojo para encontrar la fiesta o el sosiego.

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